sábado, 28 de junio de 2014

Una agradable recompensa

No sé si es cosa del karma, pero a veces cuando alguien hace cosas buenas desinteresadamente, más tarde recibe una recompensa. Y hoy no se ha hecho esperar.

Para poner en antecedentes, todos los días que mi mujer trabaja (trabajo basura), la llevo en coche hasta el apeadero del tren por la mañana, para después recogerla en el mismo sitio por la noche. Excepto el sábado, que para que no tenga que perder más de una hora hasta que llega a casa, voy a recogerla al trabajo y en media horita está en casa.

Si quieres que te cuente lo que me ha pasado esta misma mañana sigue leyendo...


Pues bien, hoy no solo la llevé al apeadero sino que esperé con ella a que llegara el tren, subieron varias personas y solo bajó un chico, y yo regresé al coche. Cuando voy a sentarme en el coche me llevé un susto porque oí "¡perdona!", y es que el chico que bajó del tren me había seguido para preguntarme si le podía indicar donde quedaba un instituto. Le habían dicho que estaba cerca del apeadero, y está relativamente cerca, pero caminando está a 15 minutos y era un poco complicado de indicar, así que me ofrecí a llevarle y este chico se subió al coche. Me contó que iba para presentarse a las pruebas de acceso, no sé de acceso a qué, pero algún examen sería. Cuando llegamos a la puerta del instituto me pregunta el chico "¿te debo algo?" y yo me quedé pensando un segundo y respondí "no me debes nada, te he traído por voluntad, y no quiero que los taxistas me acusen de intrusismo" (que está de moda) "pero como tú quieras". Así que este chico me dio 2€, que a mí me vienen muy bien. Así que le di las gracias y me marché.

La verdad es que normalmente si puedo servirle de ayuda a alguien me ofrezco desinteresadamente, y algunas veces me suele costar el dinero el prestarme voluntario, aunque siempre suele compensar con la satisfacción de ayudar. Pero esta vez me ha resultado agradable que valoren mi ayuda económicamente.

Como extra, cuando voy a recoger a mi mujer, siempre hay un chico del semáforo que vende pañuelos de papel y me sienta mal no poder darle nada porque tengo que mirar por cada céntimo. Pero esta vez me sentía tan bien que le regalé algunas de las monedillas que llevaba sueltas en la cartera. No llegaban a 10 céntimos, pero el chico me lo agradeció.

Hoy tengo un día agradable.

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